Espiritualidad

Pbro. Ernesto María Caro

Se habla hoy mucho de la “espiritualidad” y de “ser espiritual”. Pero ¿qué significan realmente estos términos? Podríamos encontrar muchas definiciones para estos términos, sin embargo, creo que los podríamos enunciar de una manera simple y que seguramente encuadrarán las demás propuestas por santos y teólogos. Empecemos diciendo que una persona es «espiritual», no porque realiza prácticas religiosas o espirituales, sino porque se deja conducir por el Espíritu. Es decir una persona es espiritual si obedece a Dios, no importa que la imagen de Dios no sea precisamente el revelado por Jesucristo (que es en el que creemos los cristianos). Sin embrago, nosotros reconocemos que no existe sino un solo Dios, el cual se ha manifestado de diferentes maneras a otros pueblos y culturas, y ha puesto, lo que San Agustín llama «las semillas del Verbo» en los corazones de todos los hombres para que, como dice San Pablo, todos puedan conocer y amar a Dios. Nosotros los cristianos tenemos la gracia y la alegría de conocer a Dios tal y como él es porque Jesucristo, su único Hijo, nos lo ha revelado. Sin embrago, si un musulmán verdaderamente se deja guiar por el Espíritu, lo mismo que un budista o de cualquier credo o religión, estaremos hablando de una persona espiritual. Lo importante entonces es estar lleno del Espíritu y dejarnos conducir con docilidad por él.

Espiritualidad cristiana

Lo importante en la vida es ser santo, meta del verdadero hombre espiritual. En base a esto podemos decir que la espiritualidad no es otra cosa que los elementos particulares que permiten que la gracia de Dios (el Espíritu Santo) crezca, se desarrolle y dé fruto a fin de alcanzar la santidad. Estos elementos irán creando en la persona un estilo de vida particular. En sentido estricto dentro del cristianismo solo existe una espiritualidad y que es precisamente “la espiritualidad cristiana” que tiene como meta la configuración con Cristo modelo acabado de santidad. Cuando San Pablo dice “sean imitadores míos”, lo dice en el sentido que “él mismo es imitador de Cristo”. Es decir quien imita a San Pablo, estará en realidad imitando a Cristo. Los imitadores de San Pablo se les dirán que tienen una espiritualidad Paulina. Lo importante es que el “maestro de espiritualidad” sea a su vez un seguidor e imitador de Cristo. Ahora bien, nadie pueda abarcar la totalidad de Cristo, por ello algunos lo han imitado en la pobreza (Francisco de Asís) o en su celo por la conversión (Ignacio de Loyola), en la oración y el recogimiento (Benito de Nursia) etc. Estos han creado lo que se llama una “escuela de Espiritualidad” y que busca que los discípulos se configuren a Cristo. Por ello la espiritualidad no es un fin, sino un medio. Es necesario evitar el peligro de perder de vista el objetivo que es Cristo bajo la polarización del hombre, ya que no se trata de llegar a ser como el maestro sino como Cristo.

Salud espiritual

En la actualidad ha tomado auge el interesarse por la salud. Nos preocupamos de qué comemos, qué respiramos; existen muchos programas encaminados a mejorar la calidad de vida, mejorar la condición física, etc. Esto es maravilloso pues el cuerpo es parte importante de nuestra vida. Sin embrago, no debemos olvidar que somos “alma y cuerpo”, materia y espíritu. Por ello de la misma manera que damos importancia a la parte material, al cuerpo, debemos dársela también al espíritu. La oración, la comunión frecuente, la meditación de la palabra de Dios, la penitencia, son algunos de los elementos que nos ayudan a crecer de manera armónica con nuestro cuerpo. No descuidemos esta parte fundamental de nuestra existencia.

Elementos

Para llegar a ser un hombre espiritual, podemos decir que es necesario tener una espiritualidad firme que permita el desarrollo de la santidad, característica del hombre espiritual. Ahora bien, ¿de qué se vale la espiritualidad para ayudar a que la gracia crezca y se desarrolle? Dentro del cristianismo (pero es aplicable a casi cualquier escuela de espiritualidad) se distinguen dos elementos sobre los que descansa la Espiritualidad: la vida interior, como apertura a la gracia de Dios que se dona, y la vida ascética, como esfuerzo o respuesta humana que prepara y dispone al hombre a esta donación de Dios. Toda verdadera espiritualidad (sea cristiana o no) depende y se estructura sobre estos dos elementos. Ponderando o matizando alguno de ellos se obtiene como resultado las diferentes “espiritualidades” de las cuales hablamos. La vida interior se estructura sobre tres ejes, que le proporcionan el alimento para crecer: la Oración, la Sagrada Escritura y los Sacramentos. La vida ascética, por su parte, se apoya en la penitencia en su doble esfuerzo: purificar y fortalecer la vida. Cada uno de nosotros debe encontrar una espiritualidad, en la que dada las capacidades, el carácter, la noción del Espíritu, pueda verdaderamente conducirnos a la más alta santidad.