Navidad

Pbro. Ernesto María Caro

En Japón, también celebran la Navidad en las mismas fechas, se intercambian regalos, tendrán una hermosa y rica cena; sin embrago, Jesús no será el centro de dicha celebración. En los días previos a la Navidad, es fácil verse envuelto en el consumismo y en el activismo. Las prisas por comprar regalos, los últimos detalles de la fiesta o de la cena de Navidad nos pueden llevar a perder de vista qué es lo que estamos celebrando o cuál es el verdadero motivo de nuestras compras, de nuestros regalos, de nuestra cena. Lo que celebramos es que hemos trabajado arduamente por establecer el Reino, celebramos que Jesús está más presente en nuestra vida y en nuestra familia. Los regalos nos recuerdan que Dios nos dio gratuitamente el don más valioso: la salvación. La cena nos recuerda que el don por excelencia que es la Eucaristía nos la dejó Jesús en una cena. No dejemos, pues, que nuestras prisas y pendientes nos lleven a perder de vista el verdadero sentido de nuestra fiesta de Navidad.

Navidad, tiempo de reconciliación

San Pablo, nos dice que “Dios reconcilió al mundo por medio de Cristo, destruyendo en su cuerpo la división” y trayendo con ello la paz. Nuestra Navidad es precisamente la celebración de esta reconciliación, de esta paz traída por Dios a cada uno de nosotros y a cada una de nuestras familias. Sin embargo, si bien es verdad que la paz es producida por Dios, a través de Cristo y del Espíritu Santo, su construcción necesita de nosotros. Por ello, ya desde el Antiguo Testamento se profetizaba la llegada de un “precursor”, de alguien que dispondría los corazones para que esta reconciliación y paz se realizaran. Dios te llama a ti en esta Navidad a ser el instrumento para preparar el corazón de todos los que te rodean. La Navidad, es esencialmente un tiempo de reconciliación. Déjate guiar por el Espíritu Santo, para que por tu palabra y ejemplo los que conviven contigo se sientan invitados a aceptar esta paz interior y a reconciliarse con los demás. Sé tú también un mensajero y promotor de la paz en tu familia y tu comunidad. El Evangelio de San Juan dice: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único para que todo el que crea tenga en él la vida eterna” (Jn 3, 15); “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). Esta es la mayor prueba de que Dios nos ha amado y nos continúa amando. La celebración de la Navidad es la celebración de este amor inmensurable de Dios por cada uno de nosotros. La Navidad es tiempo de celebrar este amor y de alegrarnos por su presencia entre nosotros. Él no nos condena, sino que como dice el profeta, levanta la sentencia que tenía contra nosotros, nos visita y nos da lo mejor de él mismo: su amor. Usemos estos días de preparación no solo para hacernos conscientes de esta realidad, sino para responderle con generosidad, dejando que como en Belén, él encuentre cobijo en nuestros humildes y sencillos corazones.

Origen

La Navidad es una fiesta que nace en el cristianismo probablemente entre el siglo V y VI con el fin de «evangelizar» la fiesta romana «Sol invictus», que se celebraba en el solsticio de invierno (alrededor del 22 de Diciembre). En esta fiesta, el dios Sol, a punto de ser vencido por la oscuridad, en el solsticio vencía a las tinieblas y comenzaba de nuevo a extender su poder sobre ellas. De esta manera se propuso como «sol invictus» a Cristo, «el Sol que nace de lo alto» y que con su nacimiento venció a las tinieblas». Esta fiesta, que dominaba todo el imperio rápidamente se vio sustituida por una fiesta cristiana. Los dioses, fueron sustituidos por el único Dios, Cristo. No permitamos pues, que los nuevos dioses (el consumismo, las parrandas, la misma cena navideña, incluso el «Santa Claus») vengan a sustituir el único sentido que tiene nuestra fiesta de Navidad: Celebrar que Jesús es una realidad en nuestra vida y en nuestra historia.

El nacimiento de Cristo

Su nacimiento ha iluminado la vida del hombre; él es nuestra luz; su evangelio nos propone los criterios y las acciones mediante los cuales podemos llegar a la felicidad que Dios ha preparado desde siempre para sus hijos. Lo único que empaña u opaca esta luz es el pecado. Por ello, el apóstol nos invita a no pecar. Sin embargo, reconoce que esta posibilidad escapa a nuestras fuerzas físicas por lo que debemos de confiar en el poder y en el amor de Cristo, el único Justo. Es a través de la salvación ofrecida y realizada por Cristo como el hombre puede rechazar el pecado y vivir en gracia. Jesús estará continuamente intercediendo por todos aquellos que aun haciendo un esfuerzo por vivir en la gracia puedan llegar a caer. Jesús nos ama, vive entre nosotros y es el primer interesado en que cada uno de nosotros pueda vivir en paz y gozar del amor de Dios. Pongamos lo que esté de nuestra parte para alejarnos del mal, Dios hará el resto.