Fidelidad matrimonial

Pbro. Ernesto María Caro

Pregunta:

Padre, cuando un católico tiene una experiencia de amor muy íntimo con otra mujer que no es su esposa, y como fruto de ese amor surge un hijo, creo que en ese momento se crea una responsabilidad muy grande de amor tanto al hijo como a la madre. En estos casos, me parece que no se debe tomar la respuesta sencilla de: “darle al niño lo necesario económicamente para vivir y dejar que ella se las arregle como pueda”. Yo pienso que esta persona debería, por el amor a su hijo y a la mujer, no sólo asistirla económicamente sino además afectivamente, con todo el amor y asistencia que sea posible para que aquel niño y aquella mujer se realicen en la plenitud de la pareja. Claro sin descuidar la responsabilidad que ya tiene con su esposa y sus hijos. Le agradeceré mucho sus comentarios.

Respuesta:

Muy estimado hermano: Me parece que el caso que presentas no es tan simple como tú lo propones, pues caes en muchas situaciones moralmente antinómicas que no pueden aceptarse. Empiezas diciendo que la persona es un “católico” que tiene una “experiencia” de “amor muy íntimo” con una mujer que no es su esposa. Creo, que si en verdad es un católico, jamás debería de haberse fijado en otra mujer, mucho menos hasta el punto de tener intimidad con ella. El decir: un amor muy íntimo, no es otra cosa que un eufemismo para enmascarar el pecado de adulterio. Sobre este punto Jesús es totalmente tajante pues declara: “Han oído que se dijo: “no cometerás adulterio.” Pues yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón.” (Mt 5, 27-28).

Hoy en día, desafortunadamente vamos dejando que las amistades con personas casadas continúen y caminen por caminos que no le son propios a los amigos. Empiezan a abrazarse y a acariciarse de manera que sólo le es propio a los esposos, lo que con el tiempo (y no mucho), los llevan a situaciones de pecado, si no de adulterio, si de infidelidad, pues empiezan a nacer afectos que son contrarios a la relación y el compromiso de fidelidad que se estableció previamente con una persona, compromiso que fue hecho delante de Dios. Así pues ya desde ahí, la situación está mal para con la mujer con quien se está llevando esta relación y debe acabar con ella, pues tiene un compromiso original previo, que es al que debe honrar.

Tomando como base lo anterior, pasamos ahora a analizar las consecuencias del pecado. Ciertamente la relación de la que nació el niño fue una relación de adulterio, condenada por Jesús, de manera que el hijo, producto de esa relación, ciertamente no tiene por qué pagar por este pecado. Sin embargo, bien lo dice San Pablo, que el precio del pecado es la muerte (Rm 6, 23) y que todo pecado, por muy íntimo que sea siempre tiene consecuencias sociales que afectan especialmente a los que nos son más cercanos. En este caso el pecado de los padres, afecta, no moralmente al niño, más lo lleva a experimentar las consecuencias del pecado de sus padres. Es deber de quien peca el remediar los males que causa su pecado, por ello, el padre deberá proveer al niño de lo necesario para que pueda crecer y desarrollarse (en el aspecto económico). Del aspecto moral y afectivo deberá encargarse la madre. ¿Cómo podríamos justificar moralmente, desde el cristianismo que una persona pudiera llevar una doble vida matrimonial? ¿Acaso porque quiere a las dos? Esto va totalmente en contra de lo predicado por Cristo y de lo aceptado por la moral. Tú propones “para que se realicen como pareja”. Se te olvida que ellos no son pareja. Que la relación entre ellos es una relación de adulterio y de grave infidelidad a la esposa a quien juró amor y exclusividad para toda la vida. Es algo desagradable a los ojos de Dios.

La mujer, aceptó la relación íntima y como producto de su pecado, nació un hijo, ahora tendrá que afrontar las consecuencias de lo que hizo: ser madre soltera y educar a su hijo, dándole amor, protección y cariño sin poder para ello contar con la ayuda del padre, ya que el padre está imposibilitado para ayudarle pues tiene una relación previa a la que le debe todo su amor y su atención. Se cumple aquí lo que decía el Señor: “Quien a dos amos sirve con uno queda mal” (Mt 6, 24).

El mundo de hoy no valora el aspecto de totalidad en el amor, y algunos esposos están dispuestos a compartirlo con otras personas, sin darse cuenta del gran mal que hacen y que se hacen. Jesús nos vino a enseñar lo que significa amar y amar hasta el extremo; lo que significa la fidelidad y el darse de una manera completa. Los muchachos y muchachas continúan llevando, aun después de casados, una vida muy similar a la que vivían de novios. Se visten provocativamente, usan perfumes atrevidos, flirtean y coquetean sin pensar que todo su amor, sus miradas, su corazón le pertenece de forma exclusiva a la persona con la que se casaron y a quien le juraron en el altar amor para toda la vida. Esto lógicamente es causa de infidelidad e incluso, como en el caso que nos presentas, hasta la intimidad sexual, que no pocas veces deja como resultado un bebé, que tendrá que pagar las consecuencias de un pecado que no cometió.

Ahora, bien, no debemos olvidar que cuando nos arrepentimos de nuestro pecado, la gracia de Dios se extiende sobre nuestro pecado, y que como dice San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Por lo que si esa pareja se arrepiente profundamente, acepta su pecado, y se vuelve hacia Dios, Dios sanará todas las heridas que el pecado dejó, especialmente en el niño, pero también en los corazones de ellos y de todos los que se hayan visto involucrados en este pecado. Esta conversión verdadera y de corazón, será la única posibilidad que tienen todos (el niño y sus padres) de ser plenamente felices. Es el amor de Dios el que plenifica, no el amor humano que es falible y sensible. Si verdaderamente están interesados en realizarse y alcanzar la plenitud y la felicidad, el único camino es Dios, el Dios de la alianza que redime todas nuestras experiencias de pecado.

La oración y la vida sacramental, el apegarse a la enseñanza del evangelio y la penitencia irán poco a poco sanando las heridas y encaminando la vida de los tres, por un camino de amor y de perdón.

Ojalá y este comentario pueda haberte sido de utilidad.