Eucaristía

Pbro. Ernesto María Caro

La celebración Eucarística no ha sido siempre como la tenemos y la vivimos ahora. Como todo, dentro del cuerpo vivo de la Iglesia ha sufrido una serie de transformaciones, aunque, si bien ha conservado su esencia, también han ido integrando a ella la cultura, costumbres, lenguaje. A la base de ella encontramos el mandato de Jesús de celebrar el Memorial de su Pasión mediante una cena. Todos los evangelistas, menos san Juan, narran con claridad la institución de la Eucaristía (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20). Juan que es el más tardío, en su lugar dedica el capítulo 6 a explicar la teología del Pan de Vida y su importancia en la vida espiritual y de la comunidad cristiana. De esta manera los 3 sinópticos (así se les llama a los evangelios de Mt, Mc y Lc) unidos a San Juan nos hacen ver: por un lado que no es algo inventado de los hombres sino dado como un regalo de Jesús para su Iglesia, y por otro que las especies del pan y del vino, después de la consagración, son verdaderamente el cuerpo y la sangre de Jesús (y no símbolos que lo representan), y por tanto, son verdadero alimento, sin el cual no se puede tener la vida eterna.

Memorial de Jesús

Con Jesús, llega a su plenitud todo lo que en el Antiguo Testamento aparecía como una figura de la Eucaristía. La alianza sellada con la sangre de un cordero, es ahora sellada con la sangre del Cordero de Dios, es decir de Cristo, quien antes de padecer instituye la Nueva Pascua y el Memorial de su pasión (cf. Mt. 26, 26-28). Esta alianza comprometía ahora al Nuevo Pueblo de Dios a vivir bajo la nueva ley, la ley del amor (cf. Jn. 13, 34-35). De manera que ahora, cada vez que celebramos la Eucaristía, estamos haciendo un memorial de lo que Jesús hizo esa noche de la Pascua. Es Jesús, quien a través del Sacerdote vuelve a proclamar las palabras para que el pan se convierta en su cuerpo y el vino en su sangre. Por eso decimos que la Misa es un verdadero sacrificio, pues en ella ofrecemos a Dios, la sangre de Cristo, el Cordero de Dios, sangre que nos purifica y que actualiza, nuestra liberación del pecado y la Alianza que, en Cristo hemos hecho con Dios para vivir en el amor. “La Eucaristía que instituyó en este momento será el “memorial” de su sacrificio. Jesús incluye a los apóstoles en su propia ofrenda y les manda perpetuarla. Así Jesús instituye a sus apóstoles sacerdotes de la Nueva Alianza: “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad” (Jn 17, 19)” CIC 611

La Eucaristía alimento espiritual

Originalmente, este era el último de los sacramentos de la iniciación cristiana, pues se recibía la noche de la Vigilia Pascual en la cual, después de haber sido bautizados y confirmados por el Obispo, los recién iniciados cristianos pasaban por primera vez a tomar parte de la Eucaristía. Actualmente, este es el segundo sacramento que recibimos y que está dentro de los sacramentos que llamamos “de Iniciación”, pues nos van iniciando en la vivencia de la vida cristiana. Con el sacramento del bautismo se reciben muchas gracias, veamos ahora, como por medio del sacramento de la Eucaristía, nos alimentamos para poder continuar creciendo espiritualmente y así, estando fuertes, poder vencer al pecado, vencer la tentación de apartarnos de Dios, por irnos en pos del mundo y todos sus engaños, recordando que es el sacramento que nos promete que seremos resucitados y viviremos eternamente con Jesús en el cielo (cf. Jn 6, 54).

“La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor.” CIC 1322

La Eucaristía en el A.T.

Desde el Antiguo Testamento podemos encontrar figuras o modelos de lo que será la Eucaristía instituida por Jesucristo y que nos muestran de manera muy sencilla, mucho de lo que se nos esconde del misterio revelado por Jesús. El primero de estos modelos o figuras de la Eucaristía que encontramos en el Antiguo Testamento es el Cordero Pascual, signo de la liberación del Pueblo de Dios, (cf. Ex 12, 1-14), el cual se convirtió no en un recuerdo sino en un memorial que se actualizaba cada año comiendo “pan ázimo, yerbas amargas y un carnero sin defecto”. Junto con este modelo encontramos que ya liberados, junto al monte Sinaí, los Israelitas hicieron una Alianza, comprometiéndose a vivir de acuerdo a la Ley que Dios les había dado, y para sellar esa alianza usaron la sangre de un cordero que Moisés derramó sobre todo el pueblo (cf. Ex 24, 8), y que se convirtió también en un memorial, ya que es a través de éste como se re-actualiza lo que ha pasado años atrás, es volver a vivir lo que se está realizando o celebrando.

“La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo.” CIC 1362

El Maná

Otro de los modelos o figuras que encontramos en el Antiguo Testamento sobre la Eucaristía es el del Maná, que el pueblo tuvo como alimento hasta llegar a la Tierra Prometida. Israel, ya liberado de Egipto, vivió por 40 años en el desierto y fue ahí donde Dios lo alimentó con el “maná” (Nombre que significa “¿Qué es esto?” y que consistía en una escarcha que caía todas las noches y que el pueblo recogía por la mañana convirtiéndose en harina para hacer el pan), como nos lo narra el libro del éxodo (cf. Ex.16, 4-15). Fue de esta manera como el pueblo de Dios tuvo fuerzas para poder cruzar el desierto y así llegar a la tierra prometida. Por ello Jesús, en su instrucción sobre la Eucaristía dice: “Este es el pan verdadero no como el que comieron sus padres en el desierto” (Jn 6, 48-51). “El recuerdo del maná del desierto sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios. Finalmente, el pan de cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El “cáliz de bendición” (1Co 10, 16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz”. CIC 1334

La Eucaristía, el nuevo maná

De la misma manera como el maná sirvió como alimento para que el pueblo de Israel se alimentara en su camino hasta la Tierra Prometida, así la Eucaristía alimenta al pueblo de Dios hasta que lleguemos al Cielo. Jesús sabía que para poder llegar a la tierra prometida, es decir al Cielo, atravesando el desierto del mundo y luchando contra todos los enemigos del pueblo de Dios (las tentaciones), era necesario un alimento especial, un pan que bajando del cielo, fuera mejor que el anterior, y por eso nos dejó su Cuerpo y su Sangre como alimento (cf. Jn 6, 35). Jesús es el nuevo maná, por ello quien no come de este pan difícilmente llegará a la vida eterna y no tendrá Vida en él (cf. Jn 6, 52). Quien coma de él vivirá para siempre.

“Como el alimento corporal sirve para restaurar la perdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse” CIC 1394

La vida en abundancia mediante la Eucaristía

Es tan importante la Eucaristía como alimento, que el mismo Jesús nos dice que si no lo comemos no tendremos vida eterna (cf. Jn 6, 53). De manera que si no comemos del pan que Cristo nos da, del pan que ha bajado del cielo y que nos da la vida eterna, viviremos nuestra vida enfermos del corazón y del alma, y nunca podremos ser completamente felices. De manera que este sacramento que hoy día es el segundo que recibimos dentro de nuestra iniciación cristiana, nos permite disfrutar ya desde ahora del Reino preparado por Jesús para nosotros, pues nos hace participes de “vida en abundancia” (cf. Jn. 10, 10). Es mediante este sacramento que actualizamos y fortalecemos la alianza que Jesús ha establecido entre Dios y nosotros por medio de su Sangre. Es por ello que al participar en ella nos comprometemos a vivir en amor.

“Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por ustedes” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por ustedes” (Lc 22, 19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que “derramó por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26, 28).” CIC 1365

La unión mediante la Eucaristía

En cada Eucaristía reafirmamos la Alianza que hicimos en nuestro bautismo de vivir conforme al amor, de manera que no podemos acercarnos al sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo, si no estamos en paz con el hermano o si nuestro corazón está distante de la comunidad. Jesús al respecto nos dijo: “Si al ir a presentar tu ofrenda te das cuenta que uno de tus hermanos tiene algo contra ti, deja tu ofrenda y ve a reconciliarte con tu hermano y luego regresa a presentar tu ofrenda” (Mt 5, 23-24). La comunidad cristiana es, ante todo, una comunidad de amor unida a Cristo su cabeza y alimento. Cada Eucaristía, por tanto, es la ocasión de estar todos unidos y en comunión por el amor. Comulgar en la Eucaristía significa que entro en comunión con Dios y con mis hermanos formando así un solo cuerpo.

“En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, es un encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad de la “comunión del Espíritu Santo” que reúne a los hijos de Dios en el único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas, raciales, culturales y sociales.” CIC 1097

El culto perfecto a Dios (La Eucaristía)

Es tal la alegría que siente el cristiano por saberse lleno del Espíritu que lo invita a darle culto al Padre por medio de Cristo y en el mismo Espíritu, que la asamblea Eucarística, se convierte en una verdadera fiesta. En ella cantamos, oramos y compartimos entre todos el Pan que nos da la vida eterna. Con el Concilio Vaticano II la Iglesia reafirmó que la Eucaristía es el culto perfecto que recibe el Padre por medio de todo el pueblo. Esto indica que cada uno de nosotros es un «actor» y no un simple espectador, por lo que, como dice el documento sobre la liturgia «Sacrosanctum Concilium»:

“En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas”. (SC 28).

Por lo tanto, no solo es el sacerdote el que celebra, sino que cada uno de nosotros, por el hecho de ser parte del pueblo sacerdotal, tenemos una función dentro de la celebración, y todos juntos en comunión con el sacerdote realizamos el culto que agrada a Dios, es decir, el culto en Espíritu y en verdad (cf. Jn 4, ).

“En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre” CIC 1325

El Cuerpo y la Sangre de Cristo

Basados en las palabras de Jesús: “Esto es mi cuerpo y esta es mi sangre” (Mt 26, 26-28; Mc 14, 22-25; Lc 22, 19-20), la Iglesia ha creído siempre que cuando el sacerdote, en nombre de Cristo pronuncia dentro de la Eucaristía esta “consagración” el pan deja de ser pan para convertirse en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre (cf. 1Cor 11, 23-26). De manera que no es solo un símbolo o un recuerdo sino un verdadero memorial en donde se “come y bebe” realmente el Cuerpo y la Sangre de Jesús bajo la forma del pan y el vino. De manera que después de la consagración las especies eucarísticas solo tienen la apariencia de pan y vino pero en realidad son el Cuerpo y la Sangre del Señor, tal y como lo comieron los discípulos en la Última Cena.

“El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos”. En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero”. “Esta presencia se denomina ‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente”” CIC 1374

Participación

Uno de los elementos que nacieron de la resurrección de Cristo y de las primeras predicaciones fue la comunidad cristiana, el Nuevo Pueblo de Dios. San Lucas nos dice que la comunidad se reunía cada semana a “escuchar la palabra de Dios y a la Fracción del Pan”. Podríamos decir que la comunidad, como Iglesia se realiza en la Eucaristía, por ello, es como dice el Concilio Vaticano: “El culmen y la fuente de la vida cristiana”. La participación en la Eucaristía vitaliza al cristiano y lo enraíza en el amor a Dios y a los demás. Es el ejercicio el mandamiento de Jesús de amar a Dios y amar a los hermanos. Es desde la Eucaristía de donde van naciendo los ministerios, los apostolados, la vida comunitaria, y por supuesto los demás sacramentos. Nuestra participación dominical en la Eucaristía va mucho más allá de la “asistencia” al templo, o de la escucha de la Palabra o incluso de la recepción de la eucaristía. Estos son elementos constitutivos de ella y a la vez el medio para alcanzar la plenitud de ésta y que es formar el “Cuerpo de Cristo”. Un cuerpo vivo en el que todos y cada uno somos importantes. Valorar nuestra participación en la Eucaristía nos ayudará a entender un poco mejor, la importancia de la comunidad cristiana y su papel en la vida de santidad y de gracia de cada uno de nosotros.

Partes de la Eucaristía

La primera comunidad entendió inmediatamente el valor y significado de la Eucaristía y ya desde los Hechos de los Apóstoles, San Lucas nos narra cómo la primera comunidad se reunía “el primer día de la semana” es decir el Domingo, para la Lectura de la Palabra y para la Fracción del Pan (Act. 2, 46; 20, 7). San Pablo en su catequesis sobre los fundamentos de la vida cristiana, incluye la Eucaristía. Ésta, en la ciudad de Corinto, se había convertido no en la Cena del Señor, sino en un verdadero desorden. Por ello narra de nuevo en que consiste, su importancia, las consecuencias de no hacerla como la ordenó Jesús, incluso de no reconocer en las especies del pan y el vino el Cuerpo y la Sangre del Señor (1Cor 11). En estos testimonios, vemos cómo es la institución más antigua del cristianismo y que estaba dividida, como hasta ahora, en dos partes: Una dedicada a la lectura de la Palabra de Dios y la segunda para la Cena Eucarística.

Signos

Dios ha querido que el hombre lo conozca y conociendo lo ame. Sin embargo, su presencia escapa a nuestra vista, por ello ha constituido diferentes signos a través de los cuales el hombre puede entrar en relación con él. Esta es la razón fundamental por la que nuestros sacramentos se expresan a base de Signos. Cada uno de los signos nos habla de una realidad que escaparía a nuestra vida. Así por ejemplo, el agua en el bautismo, nos indica la liberación del pecado original, recordando el agua del mar Rojo que liberó al pueblo de la esclavitud de Egipto. La diferencia con otros signos en la Iglesia, es que los signos en los sacramentos, realizan lo que indican. Lo mismo podemos decir de la Eucaristía. Si mucha gente no valora la participación en los sacramentos, la mayor parte de las veces es porque no conocen el significado de lo que celebran.

Liturgia Eucarística y sus cambios

La Eucaristía, está dividida en dos grandes partes: La liturgia de la Palabra y la liturgia Eucarística. En la primera comunidad se leían originalmente las lecturas referidas al Mesías en el A.T. Con el tiempo, se empezaron a leer las cartas que los diversos autores cristianos enviaban a las comunidades. Era un tiempo para orar largamente y meditar en la vida cristiana. Los ancianos o presbíteros de la Iglesia catequizaban a la comunidad y la animaban a progresar en el “Camino”, nombre con el que se conocía la vida cristiana. No había mucho orden en cuanto a lo que se leía. Lo importante era conocer más sobre Jesús, su vida, sus enseñanzas y corregir algunos errores que iban surgiendo en la misma Iglesia. La segunda parte, estaba compuesta por largas oraciones hechas por los presbíteros y por la misma comunidad, al final de las cuales se recitaban las palabras de la Institución Eucarística y se compartía el Cuerpo y la Sangre del Señor. Se concluía con oraciones y más cantos de agradecimiento. Nadie tenía prisa, era el día del Señor. Si bien conservando la estructura esencial, muchas cosas han cambiado en nuestra liturgia Eucarística. Lo que no debemos cambiar es nuestra actitud hacia ella. Como la primera comunidad, debemos ir sin prisas, con un verdadero deseo de alimentarnos de la palabra del Señor, con hambre de ser saciados por el Cuerpo y la Sangre de Cristo, con la alegría de encontrarnos con los hermanos que creen y buscan vivir lo mismo que nosotros.

Las primeras comunidades y el cuerpo de Jesús

Algunas personas piensan que el recibir la comunión en la mano es un signo irreverente hacia Jesús Eucaristía. Debemos recordar que desde la institución de la Eucaristía por Jesús el Jueves Santo y continuando con las primeras comunidades cristianas, el pan que se usaba era el pan ázimo, que es una especie de galleta dura (pues está hecho con harina y agua) que se partía y repartía a cada uno de los participantes. Este pan no solo se recibía en la mano sino que se tenía que masticar, pues no había ninguna otra posibilidad de deglutir un “trozo” de este pan. Esto les daba realmente la impresión de “comer”, tal como Jesús lo había dicho: “Tomen y coman” y en otra ocasión: “el que coma mi cuerpo tiene vida eterna”. Así las primeras comunidades tenían la experiencia de comer realmente el cuerpo de Cristo bajo las Especies Eucarísticas. Esta es la manera ordinaria como Jesús lo dejó a la Iglesia. Con el paso del tiempo, por cuestiones “prácticas”, se redujo el tamaño del pan, su consistencia y se retiró del pueblo, por considerarlo “indigno” de tocar a Jesús, dar la comunión en la mano. Por otro lado, también se fue suprimiendo el uso de beber del cáliz. Después del Vaticano II se ha revalorizado la función sacerdotal del pueblo de Dios y se ha vuelto, por un lado a una hostia, aunque pequeña, con más consistencia de manera que realmente tenga el aspecto y la consistencia del pan ázimo, para que ésta pueda ser masticada y “comida”; por otro lado, se entrega en la mano para que uno mismo sea quien coma del pan, por ello, se han ido creando comunidades celebrativas más pequeñas y una instrucción catequética más profunda acerca de la celebración eucarística, de manera que se pueda volver al uso del cáliz como parte normal de la comunión. La dignidad o indignidad no está en lo externo, diría Jesús a los fariseos, sino en lo interno del hombre. Acerquémonos siempre a recibir, en la mano o en la boca, a Jesús, pero con un corazón puro y sincero.

Reconciliación antes de la Eucaristía

Será quizás porque algunos hermanos piensan que las especies Eucarísticas son solo “un signo” y que en ellas no está realmente presente el Cuerpo y la Sangre de Jesús, por lo que muchas veces se acercan de manera indigna a recibirlas. Debemos recordar que el mismo San Pablo, en su primera carta a los Corintios les advierte que quien se acerca a la Mesa del Señor de manera indigna, “se come y bebe su propia condenación” (1Cor 11, 27-30). Por lo tanto, no podemos acercarnos a recibir la Eucaristía si sabemos que estamos en pecado grave o mortal. En este caso es necesario primero reconciliarse con Dios mediante el sacramento de la penitencia.

“El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.” CIC 1415

El alimento del hombre

Una de las necesidades básicas del hombre es comer, por eso Jesús quiso dejarnos su Cuerpo y su Sangre como comida, como la comida que sostiene la vida Espiritual. La primera comunidad lo entendió inmediatamente y por eso nos encontramos cómo, ya desde el principio que los cristianos se reunían «el primer día de la semana» para celebrar la Eucaristía, es decir la «Fracción del Pan» como se le conocía en la antigüedad. Era el momento de alimentarse para reponer las energías perdidas durante la semana en el combate contra el pecado. Desde entonces cada eucaristía es la oportunidad para alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre del Señor. Quien va a misa y no comulga es como quien va a una cena hecha en su honor y no come, pero lo más triste es que asistir a la Misa Dominical (o a cualquier misa) y no comulgar es reconocer públicamente que estamos viviendo en pecado, y por lo tanto, no estamos en total comunión con Jesús y con la Iglesia.

“Como el alimento corporal sirve para restaurar la perdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los pecados veniales. Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en El” CIC 1394

La Eucaristía y las primeras comunidades

Por lo que toca a la recepción de la Eucaristía, las primeras comunidades recibían la comunión bajo las dos especies (pan y vino). Hay que recordar que las primeras comunidades eran pequeñas, pero sobre todo que estaban formados por cristianos que entendían bien lo que significaba el sacramento que iban a recibir. Por ello, en aquellos tiempos se consagraba un solo pan y un solo cáliz: a la hora de la comunión se fraccionaba el pan y todos tomaban un pedazo del pan transformado en el Cuerpo de Cristo. Lo mismo sucedía con el cáliz el cual se circulaba entre los asistentes. Con el paso del tiempo se comenzaron a dar abusos, como nos lo muestra la carta a los Corintios (1Cor 11), por lo que se comenzaron a tomar algunas precauciones a fin de que el sacramento no se profanara. Por otro lado las comunidades crecieron, lo que hacía casi imposible que de un solo pan pudieran comer todos, por lo que se empezaron a consagrar varios panes. La distribución del cáliz se fue limitando no solo porque no era fácil su distribución, sino por cuestiones de asepsia (ya que había personas que estaban enfermas y sin atención a los demás que también habían de beber, bebían y contagiaban a los demás) y otro tipo de abusos en la comunidad. Esto fue llevando en el transcurso de los siglos a que la comunión se diera únicamente en la boca, por un sacerdote y que el cáliz fuera únicamente para los ministros consagrados.

“En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles reciben “el pan del cielo” y “el cáliz de la salvación”, el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se entregó “para la vida del mundo” (Jn 6, 51)” CIC 1355

Formas de recibir el cuerpo de Cristo

Hoy en día, después del Concilio Vaticano II y de la reforma de la liturgia, se ha venido buscando que el pan eucarístico parezca cada vez más un pan, que la patena parezca más un plato y que los fieles, al menos en algunas circunstancias especiales, compartan también del cáliz del Señor. Esto ha llevado a que en algunas Diócesis, se haya dado ya el permiso para que los fieles, dada su preparación catequética y bajo la supervisión del párroco, puedan de manera ordinaria recibir en la mano el cuerpo de Cristo y participar ordinariamente del Cáliz del Señor (en los Estados Unidos de América y otros países, ésta es una disposición ordinaria dada por la conferencia episcopal; en México solo para algunas Diócesis). De manera que hoy nuevamente volvemos a vivir la frescura de las primeras comunidades. Tengamos siempre un respeto y amor a la Eucaristía tan grandes que podamos seguir siendo dignos de tan grande regalo.

“En algunos Países se ha introducido el uso de la comunión en la mano. Esta práctica ha sido solicitada por algunas Conferencias Episcopales y ha obtenido la aprobación de la Sede Apostólica”. Carta del S.S. Juan Pablo II a todos los obispos de la iglesia sobre el misterio y el culto de la eucaristía No.11