Las leyes del AT

Pbro. Ernesto María Caro

Pregunta:

Padre, yo no entiendo cómo es posible que la iglesia continúe anclada en el pasado, siendo que como dice San Pablo, con Cristo llegó la plenitud de los tiempos. Si Dios mismo en persona, vino a enseñarnos el Camino, la Verdad, y la Vida, ¿cómo es posible que sigamos todavía aferrados a las leyes antiguas nada más porque son leyes de Dios dadas en aquel tiempo y a un tipo de sociedad específica? El mismo Dios-Hombre (Jesús), para demostrar que la perfección había llegado en el Amor, él mismo infringía constantemente esa ley al hacer trabajos por amor, en el día sábado. Yo creo que la iglesia, como una buena madre y asistida por Dios mismo, busca perfeccionar a sus hijos en el amor. Sin embargo, al parecer, le es muy difícil adaptarse al mandamiento nuevo del amor y no ha podido hacer un nuevo esquema de leyes que perfeccione al esquema antiguo de Moisés. Pero es tarea de nosotros, como Iglesia, el buscar cumplir con el anhelo del Señor Jesús, salir del esquema antiguo, (que la ley por la ley mata y limita al hombre a su anhelo de amar como Dios ama). No es tarea fácil, pero yo confío mucho en que Dios mismo nos irá dando los medios necesarios para encontrar esa perfección en el amor, porque la tarea de Jesús no está concluida hasta hacer que todos formemos un solo rebaño, una sola fe, un solo bautismo, y tengamos un solo Dios y Padre. Espero, pueda comprender mi punto de vista, y pudiéramos dialogar más sobre este tema, y no sólo entre nosotros sino aprovechar este medio para ver más opiniones al respecto, y así poder ir buscando soluciones al respecto pidiendo la asistencia del Espíritu Santo en todo esto.

Respuesta:

Mi querido hermano, más que una respuesta quisiera comentar tu aportación a nuestra sección y decirte que en temas de dogma, más aún, de lo que está claramente referido en la Sagrada Escritura, no está sujeto a opiniones, ni a una consulta pública para ver qué es lo que los demás piensan y así ponernos de acuerdo. La Palabra de Dios no es opinable. Esto es lo que nos define como hombres y mujeres de fe: que aceptamos lo que dice la Escritura, tal y como Dios la propone, pues realmente descubrimos que es Palabra de Dios. Ahora bien, el tema que propones, en concreto, es el tema de la Ley y distingues entre la ley del Antiguo Testamento y la del Nuevo. La del Antiguo basada en los 10 mandamientos dados a Moisés y la de la Nueva Alianza, dada por Jesús, en el mandamiento del amor. Quisiera empezar citándote algunas de las enseñanzas de Jesús sobre esta diferencia que tú haces.

En Mt 5, 17-19 dice Jesús: “No penséis que he venido para abolir la ley o los profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir. Porque en verdad os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla. Cualquiera, pues, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos”. Con ello, Jesús declara que no existe una diferencia entre los dos testamentos, sino que es uno solo, el cual debe ser observado por todos y en todos los tiempos (incluso en la “plenitud de los tiempos”).

Ahora, bien, esto lo dijo Jesús, como introducción al resto de su enseñanza sobre la ley, en donde vemos que no sólo no anula sino que lleva a plenitud lo dicho por la ley. Como ejemplo te propongo únicamente la enseñanza sobre el adulterio referida en la ley dada a Moisés en el Sinaí (puedes ver Ex 20, 14), en donde Jesús no suprime la ley, sino que dice: “yo les digo que todo el que mire a una mujer con deseo, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 28). De manera que no se anula el mandamiento, sino que adquiere una exigencia todavía mayor, pues no se trata ahora únicamente del adulterio físico sino incluso espiritual. (Puedes ver toda esa sección de Mt en donde Jesús propone diferentes aspectos de la ley y a los que añade la exigencia evangélica).

Ahora bien, sobre el hecho de que la ley del Sinaí fue dada para una sociedad en un contexto específico, debemos diferenciar entre las normas de carácter moral (contenidas en el Decálogo), y las demás normas ya sean litúrgicas, de pureza ritual, de comercio y otras. Las primeras son inamovibles, están orientadas a regir la vida del hombre; tienen su origen y fundamento en nuestra naturaleza humana sin importar el tipo de cultura a la que se pertenece. Las segundas están dadas para dirigir y ordenar la sociedad y el culto. Estas pueden ser adecuadas a la manera en que se celebra y se organiza la sociedad. De hecho, la iglesia tiene lo que se conoce como código de derecho canónico en donde se expresa todas las situaciones particulares, que emanando de la Escritura, buscan regular la vida de la iglesia y a cada cristiano.

En cuanto a lo que dices que Jesús infringía a propósito los mandamientos, para de esta manera mostrarnos que este esquema de leyes ya no era aplicable, me parece que tu apreciación no es justa, incluso que es equivocada puesto que el mismo dice: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn 15, 10). Todas las curaciones que realizó en sábado, lo hizo, en primer lugar porque él es el legislador, de manera que puede legislar sobre las mismas leyes y darles, como ya lo dijimos antes, el sentido profundo y definitivo que Dios quiere. El mandamiento expresado en la ley es, esencialmente el de “Santificar las fiestas”. Es muy posible que en la forma en que lo expresa Ex 20, 8-11, sea una redacción de la tradición sacerdotal, posiblemente escrita durante el destierro en Babilonia en donde nace la institución de la sinagoga y con ella casi todos los preceptos de índole cultual relativos al sábado.

La primera comunidad entendió con claridad lo que significaba el santificar el sábado, el cual, si bien obedecía a un día de descanso, no dudó en transferir este día de santificación, al primer día de la Semana, y llamarlo “domingo”: Día del Señor. Con esto vemos claramente que Jesús no violaba la ley dada por sus Padre y entregada a Moisés, sino que la llevaba a plenitud.

Los fariseos legalistas, se buscaban aprovechar de esta ley (la cual no cumplían) para hacer caer en contradicción a Jesús, y con ello tener motivos para acusarlo, pero como tú bien sabes, nunca lo lograron, por lo que en el juicio de Jesús tuvieron que inventarle todos los cargos.

Con todo esto te darás cuenta de que no es que la iglesia no haya entendido o que le cueste mucho trabajo el adaptarse a vivir el mandamiento del amor y por eso no ha creado una nueva ley, simplemente es que la función de legislar le pertenece, en materia de moral, y en lo que se refiere a la relación con Dios, a Dios mismo. La iglesia no puede derogar las leyes del Sinaí y crear un nuevo esquema de leyes pues estas fueron dadas por Dios, y Jesús claramente nos ha dicho que “cualquiera, que anule uno solo de estos mandamientos, aun de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será el más pequeño en el reino de los cielos.” (Mt 5, 19).

La ley, contrariamente a lo que dices, no mata, pues de lo contrario Dios no la hubiera propuesto. La ley sirve como una barrera de contención que evita que la vida del hombre se desbarranque al poner un límite a sus pasiones desordenadas, a su egoísmo, en fin, a su humanidad pervertida por el pecado. ¿Podrías imaginar una sociedad en la que no hubiera leyes claras y todo se dejara al subjetivismo de la gente? Caeríamos en la anarquía y en la perversión total.

No podemos dejar que cada uno interprete lo que mejor le convenga acerca del amor como mandamiento supremo. El amor propuesto por Cristo es un amor que va más allá de nuestras fuerzas, es un amor que se entrega hasta dar la misma vida. Esta es la manera de amar que Jesús les pidió a sus discípulos. No podemos pensar que podremos renunciar a nuestra propia vida, que es el valor más grande de nuestra existencia, si no podemos evitar el pecado, es decir, si no podemos cumplir con lo que Dios nos ha mandado y que está claramente expresado en la ley dada por Dios a Moisés en el Sinaí.

Jesús en una ocasión que fue abordado por una persona, ésta le preguntaba, que qué necesitaba para heredar la vida eterna. A esta pregunta Jesús le contestó concretamente: “Cumple los mandamientos”. Como el hombre se quiere pasar de listo le dice: ¿Cuáles? A lo que Jesús responde: “Ya sabes: no mataras; no cometerás adulterio; no hurtarás; no darás falso testimonio; honra a tu padre y a tu madre; y amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Mt 19, 18-19). De manera que queda perfectamente claro el hecho de que Jesús no sólo no los abolió, sino que los puso como la primera condición para heredar la Vida eterna, todo lo que va más allá se identifica con la Perfección, de la cual continua hablando en este capítulo 19. Es por ello que la ley ayuda al hombre en su camino de perfección en el amor al evitarle desabarrancar en el egoísmo y la soberbia.

Como ves, no he abierto este tema pues no es discutible ni opinable. Si uno quiere vivir como cristiano y considerarse parte de los discípulos de Jesús, debemos obedecer lo que él mismo nos ha pedido: cumplir la ley, primero la ley de Moisés, y después en el anhelo de llegar a ser perfectos como el Padre es prefecto, la ley absoluta del amor.

El catecismo de la iglesia católica nos ilumina sobre este aspecto cuando nos dice:

“La ley antigua es el primer estado de la ley revelada. Sus prescripciones morales están resumidas en los diez mandamientos. Los preceptos del decálogo establecen los fundamentos de la vocación del hombre, formado a imagen de Dios. Prohíben lo que es contrario al amor de Dios y del prójimo, y prescriben lo que le es esencial. El Decálogo es una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal” (CIC. 1962).

“La ley nueva o ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el sermón de la montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: «Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva… pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo (Hb 8, 8-10)» (CIC. 1965).

Finalmente, nos expone con claridad la relación que hay entre ambas leyes cuando dice:

“La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la ley. El sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro, donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El evangelio conduce así la ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial, mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina”. (CIC. 1968).