María

Pbro. Ernesto María Caro

María verdadera madre de Dios

Nosotros creemos que Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre y así lo profesamos en nuestro credo, que nació verdaderamente de la Santísima Virgen María por lo que ella es verdadera Madre de Dios. La herejía de los arrianos, al no reconocer la naturaleza divina de Jesús, afirmaba que María Santísima no debía ser llamada Madre de Dios, sino “madre de Cristo”. La iglesia de oriente (llamada Ortodoxa) se opuso tenazmente, mostrando no sólo su amor a María sino su fidelidad a la verdad revelada en la Escritura. Junto con los obispos del Oriente, en el Concilio Ecuménico de Éfeso (431) reafirmaron lo que ya había proclamado el Concilio de Nicea y confirmaron que María debía ser llamada: verdadera Madre de Dios. Madre de Dios no en cuanto a su naturaleza divina, sino Madre de Dios en cuanto a la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad. Esto arraigó más el amor en María Santísima y la confianza en su poderosa intercesión, ya que al ser verdadera Madre de Dios, puede, como en las bodas de Cana, interceder en favor de sus hijos.

La intercesión de María

Cuando el hombre pone al centro de su vida a Cristo, Señor y Salvador de nuestra vida, es importante redescubrir cuál es el papel que juega María Santísima en nuestras vidas. Si es verdad que hay que orar a Jesús, el papel de María es el de intercesora. Por ello, nuestra oración tiene como objeto Dios mismo (la Trinidad). Sin embargo, sabemos por la Escritura, que Dios nos ha permitido (y quiere) llevarnos a él por medio de otras personas o intercesores. Ahora bien, ¿qué representa la intercesión ante un Dios amoroso que jamás nos dará algo que pueda lastimarnos y que por el contrario, busca nuestro bien? Para entenderlo veamos uno de los pasajes más elocuentes sobre este tema y del cual María Santísima es el modelo perfecto: En las Bodas de Cana, María ejerce su función “intercesora” y así Dios nos muestra cuál es su acción en Él y en la historia. Si te preguntas cuál es el hecho central de este pasaje, seguramente responderías: “la conversión del agua en vino”. Pues siento desilusionarte, hay en el trasfondo el elemento central del pasaje que va más allá del milagro. María no consiguió únicamente que Jesús hiciera un milagro, sino algo mucho más profundo y de grandes implicaciones.

Nacimiento de la Virgen María

“El Nacimiento de la Virgen María”, es una fiesta que se pude remontar quizás al siglo V. En la liturgia se nos presenta a María como la Aurora, es la luz que anuncia la llegada del “Sol que viene de lo Alto”. Su nacimiento y su vida infantil nos hablan de lo que Dios puede hacer en una persona que se deja moldear por la gracia de Dios. No tenemos muchos datos de su vida, y por ello, en torno a ella se han creado una serie de leyendas fantásticas que nada tienen qué ver con la vida de María. Fue ciertamente una vida como la de cualquiera de nosotros, pero vivida con la intensidad de quien ha sido concebida sin pecado y ha decidido vivir de acuerdo al amor del Dios.

«Esta “resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde el primer instante de su concepción”, le viene toda entera de Cristo: ella es “redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo”. El Padre la ha “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha “elegido en él, antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor” (Ef 1, 4)» CIC 492

La imagen de María

María, como parte fundamental del misterio de la Encarnación del Verbo, tiene y ha tenido, una participación vital en el desarrollo de la evangelización y por ende de la vida cristiana. Tanto el Concilio Vaticano II como los documentos del Episcopado Latinoamericano hacen hincapié en cómo a lo largo de los siglos, su imagen se ha visto opacada como una pintura que ha sido expuesta a la luz de las velas de los siglos. De manera que la imagen es borrosa y falta de colorido, deformándose las devociones y cayendo en exageraciones que poco contribuyen a una sana piedad y que hacen incluso difícil nuestro trato con los hermanos separados.

«La Madre del Redentor tiene un lugar preciso en el plan de la salvación, porque “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que ustedes son hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!” (Gal 4, 4-6)» [Redemptoris Mater] RM 1

María y la comunidad

Leyendo la Escritura podemos darnos una idea de lo que la iglesia creía y enseñaba sobre María y su importancia en la vida de la comunidad. En ella se refleja la unidad indivisible del misterio de María y de Jesús así como la ejemplaridad de la vida y actuación de María, en la que la Iglesia retrata, lo que debe ser el cristiano y en general, la iglesia. Por ello, María, no sólo tiene importancia para la comunidad por ser la Madre de Dios, sino porque la comunidad encontró en su vida y cooperación el proyecto salvífico de Dios, el modelo perfecto para los discípulos: el cristiano, si quiere ser discípulo de Jesús, deberá ser como María: imitar su fe, su obediencia, su alegría, su dependencia total de Dios, su solicitud con los necesitados, la aceptación incondicional de la voluntad de Dios y finalmente tenerla entre lo más preciado de su vida. María emerge en la primera evangelización como: Modelo, Madre de Jesús y de los discípulos e Intercesora.

«Con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz.» LG 62

María y las iglesias de la reforma

Aunque Lutero en sus primeros años de la Reforma no quitó de la iglesia luterana el culto a la Santísima Virgen María, su tesis sobre la “incapacidad” del hombre para cooperar en la obra de la salvación, pues como dice la carta a los romanos: “por fe hemos sido salvados”, poco a poco fue llevando a las iglesias que fueron naciendo de este movimiento (incluso a la misma iglesia luterana) a rechazar no sólo el culto a María, sino a desacreditarla delante de la visión católica, acusando a la Iglesia de “idolatría” dándole a María un lugar y algunas acciones que sólo pertenecían a Dios. Para las iglesias de la reforma y las sectas, La Santísima Virgen no pasa de ser “la madre de Jesús”, el “medio” por el cual Jesús vino al mundo.

Centremos nuestra atención en las palabras del Concilio Vaticano II y del Catecismo de la Iglesia en cuanto a la relación que hay entre María, Cristo y la iglesia:

«El papel de María con relación a la Iglesia es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella. “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muert» (LG 57). Se manifiesta particularmente en la hora de su pasión: «La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27)” (LG 58)». CIC 964

La era post-apostólica y María

Después de la formación de los escritos apostólicos (NT), entramos a una segunda etapa de la iglesia conocida como la era post-apostólica y de los Santos Padres, la cual podríamos dividir en cuatro grandes períodos, en los que María tiene un papel y una figura diversa dentro de la vida cristiana: El primero va desde los últimos escritos apostólicos hasta la inculturación de los evangelios apócrifos (principalmente el Proto-evangelio de Santiago) en la cultura cristiana; un segundo período nos llevaría hasta el Concilio de Nicea en el 325, en que se muestra ya la influencia de los apócrifos y las primeras herejías; un tercer período nos lleva hasta el Concilio de Éfeso en el 431 en el cual se zanjan las grandes herejías; y finalmente el período posterior a Éfeso en el cual prácticamente se desarrolla la mariología.

«Sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente el misterio de María. Así ha intentado leerlo la Iglesia desde el comienzo. El misterio de la Encarnación le ha permitido penetrar y esclarecer cada vez mejor el misterio de la Madre del Verbo encarnado.» RM 4

María y la Encarnación

Al cruzar el primer siglo era necesario clarificar algunos de los elementos que surgían del Evangelio, así nacen la doctrina y los primeros credos. Era necesario enfatizar la naturaleza humana y divina de Jesús, es decir que era verdadero Dios y verdadero hombre. Esto llevó a la Iglesia a formular una doctrina centrada sobre el misterio de la Encarnación en donde María juega un papel fundamental, ya que sólo a través de ella, se puede explicar el misterio. Por ello, desde los primeros credos señalarán, invariablemente: «nacido de María Virgen», ya que al nacer de María señala el hecho de su humanidad y el que naciera de manera virginal enfatiza su divinidad. De esta manera la iglesia primitiva reconocerá que la figura y participación de María no es accidental en la historia de la salvación, ni en la vida de la comunidad cristiana, sino algo pensado y querido por Dios, lo cual lejos de ensombrecer el misterio y la figura de Cristo, la ilumina y lo hace accesible al hombre. LG 57

El culto a María

Como parte del misterio cristiano, en la medida que se organizó el culto a Cristo, surgió también el culto a María, el cual se desarrolló primero como piedad y devoción. La conciencia que la comunidad fue adquiriendo de la maternidad espiritual de María que emerge de los escritos apostólicos (cf. Jn 19, 25), y el azote de la persecución, muy posiblemente darán como resultado la primera oración en la que se invoca a María como protectora, cuya fecha de composición no puede ser posterior al siglo III, y que llega hasta nuestros días como: «Bajo tu amparo nos acogemos santa Madre de Dios. No desprecies las suplicas que te dirigimos en nuestras necesidades antes bien líbranos de todo peligro. Oh Virgen gloriosa y bendita». Esta oración, nacida de la piedad popular, revela el gran amor a María y manifiesta una confianza total en su protección. Esto significa que ya en este período la comunidad cristiana había asimilado el hecho de que Jesús ha dejado a María como Madre buena (misericordiosa) de los discípulos (cf. Jn 19, 26) y entiende su papel materno como protección sobre todo en los momentos de peligro.

«A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios, centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios». CIC 2675

María y la liturgia

Por lo que se refiere a la participación de María en la liturgia, las primeras menciones expresas sobre la Virgen aparecerán con la celebración litúrgica de la Encarnación, fiesta de carácter cristológico en el que se leían los textos de Mt 1-2 y Lc 1-2 y que darán oportunidad para la oración, la reflexión, los comentarios y las homilías sobre el papel y la importancia de María en este misterio; lo cual dará lugar a las primeras fiestas y celebraciones marianas. El arte, manifestación de la piedad popular, muestra siempre a María sosteniendo a Jesús, como quien lo presenta. La primera comunidad no podía identificar a María sin Cristo, ni a Cristo sin María. Era en definitiva la madre de los discípulos. En las catacumbas de Santa Priscila (Roma) nos encontramos con uno de los testimonios más antiguos del arte iconográfico testimonio del amor a María, y que se podría datar a principios del siglo III, nos muestra a María que sostiene al niño y a un profeta que señala una estrella. Según los expertos está referida al cumplimiento de la profecía de Is 7, 14

María, modelo, intercesora y madre

La reflexión teológica sobre María, se preguntará ¿quién y qué es?; ¿cuál es su papel en el proyecto salvífico?; ¿qué lugar debe ocupar en la vida de la iglesia y de los cristianos, en la teología y en el culto? El proceso de definición ha sido arduo y penoso y, en algunos períodos, ha cubierto de sombras la imagen maravillosa de María que surge de la Escritura. Más no por ello el camino de la verdad se fue imponiendo mediante una reflexión serena y sobre todo basada en la Sagrada Escritura y teniendo en cuenta el proyecto salvífico de Dios, desde el cual María emerge radiante como: modelo, intercesora y madre de los discípulos. Podríamos decir que la reflexión teológica sobre María se inicia con San Ireneo de Lyon (140-202), primer escritor cristiano que intenta hacer una síntesis doctrinal, y con ella marca un hito importante en la teología y en la espiritualidad marianas. No será sino hasta el siglo III cuando se iniciará propiamente el desarrollo y la reflexión sistemática sobre María bajo cuatro aspectos: 1. Su papel en la obra de la salvación; 2. El título “Madre de Dios” (Theotokos); 3. La virginidad perpetua; y 4. La santidad de María.

Eva y María

Uno de los temas que serán producto de la reflexión teológica y que presentan a María como modelo querido por Dios para entender su misterio, es el de la relación Eva-María, reflexión que emerge esencialmente del análisis de los textos bíblicos relacionados con el paralelismo que establece San Pablo entre Adán y Cristo, tema que da lugar a la reflexión mariológica. En este tema teológico María, la nueva Eva, representa a la iglesia, la cual es vista desde la exégesis de Gen 3. En su reflexión contrapone la obediencia de María y la pone en contraposición de la desobediencia de Eva. La participación de María en este misterio cristológico y soteriológico es fundamental y no accidental. San Ireneo tiende también a ver en María la expresión perfecta de la Iglesia, por lo que cuando la Virgen entona el Magníficat, lo hace en representación de la Iglesia. El desarrollo de esta visión mariológica Eva-María será una de las bases para identificar a María con la iglesia, que con el tiempo avalará el desarrollo teológico de la “Inmaculada Concepción”, la “Asunción” y la “Mediación de María”.

Maternidad Divina

El tema de la Encarnación, derivó en el de la Maternidad Divina. Este tema nacerá propiamente del rechazo de Nestorio a llamar a María Theotokos, es decir “Madre de Dios”. De acuerdo a Nestorio, María debía ser llamada “Cristotokos”, pues él afirmaba que en Cristo había dos personas, la de Cristo y la del Verbo, de donde María era sólo la madre de la persona humana, por lo tanto sólo de Cristo. Su más fuerte opositor fue San Cirilo de Alejandría, quien en el 430 le envió una carta en la que se leía: «Y como la Santa Virgen engendró carnalmente al Dios unido a la carne según la hipóstasis, por eso decimos que es la Madre de Dios (Theotokos); no que la naturaleza del Verbo tuviese de la carne su principio de existencia porque en el principio era el Verbo y el Verbo era Dios y el Verbo estaba con Dios (Cf. Jn 1, 1-2) y él es el creador de los siglos, coeterno con el Padre y hacedor de todas las cosas; sino, como arriba dijimos, porque unió a sí según la hipóstasis lo humano». El Concilio de Éfeso (431), ratificará en su primera sesión esta carta (lo mismo que las 12 «anatemas» del mismo San Cirilo (DS 252-263), con lo cual quedará zanjada toda cuestión sobre la naturaleza y la persona de Cristo al declarar que existe una sola persona (la del Verbo) en dos naturalezas: la humana y la divina; de aquí se desprende que María debe ser considerada como Verdadera madre de Dios de acuerdo a la humanidad del Verbo.

La virginidad perpetua de María

Ha sido uno de los puntos de mayor discusión a lo largo de la historia. En gran parte, debido al hecho de la falta de referencia bíblica adecuada, la cual, aunada a una interpretación inexacta de algunos textos ha llevado a crear una idea equivocada sobre este regalo de Dios a María y a toda la iglesia con el fin de presentárnosla como el modelo del “sí” total y exclusivo a Dios por una criatura. Entre las citas bíblicas con las cuales se ha buscado empañar la virginidad de María están aquellas en las que aparecen los “hermanos” de Jesús (Mt 12, 46-50; Mc 3, 31; Lc 8, 19). Los apologetas han enfrentado esta objeción haciendo ver como la palabra “hermano” (adelfos) en la biblia tiene diferentes usos, pues no sólo indica a los hermanos de sangre, sino que puede ser usada para los parientes e incluso para los amigos cercanos. Esto se ve agravado por la exégesis de Mt 1, 25, ya que las palabras del evangelista referidas a José: “Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús”, dejarían entrever que después del parto la vida matrimonial de José y María fue normal y que pudieron haber engendrado más hijos. Sin embargo, las palabras semíticas “conoció” y “hasta” en hebreo no implican nada acerca de lo que puede pasar después del tiempo indicado, por lo que no hay necesariamente implicaciones de que José y María hayan tenido vida íntima o hayan engendrado más hijos.

Jesús único hijo

Dentro de la problemática del dogma de la Virginidad Perpetua de María tenemos también la cita de Lc 2, 7: “… y dio a luz a su hijo primogénito y lo envolvió en pañales…”. En esta cita los enemigos del dogma han interpretado la palabra “primogénito” exclusivamente por “su primer hijo”. Si bien pude tener está interpretación, pude significar también “único”. De hecho en la carta de San Pablo a los Colosenses (Col 1, 15), el apóstol se refiere a Jesús como el “primogénito” Hijo de Dios lo cual explica claramente que esta palabra no tiene por fuerza que referirse a otros hijos sino que más bien busca subrayar los derechos que tiene el “primogénito” según la ley judía (cf. Ex 13, 2; Núm. 3, 12-13; 18, 15-16), y que por lo tanto puede ser traducida como “Único”. Finalmente, a pesar de que en la Escritura encontramos la palabra “hermano” referida a los parientes de Jesús, en ninguna parte de ésta se encuentra ninguna referencia a los “hijos de María”, al contrario, María siempre aparece ligada única y exclusivamente a Jesús, su único Hijo. “La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios.

«La naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre...; consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en nuestra humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas” (DS 619)» CIC 503

Los dogmas en la virginidad de María

Los dogmas marianos han tenido un valor fundamental para la instrucción y formación del pueblo. Es mediante la profundización en el misterio de María como podemos comprender un poco más el misterio de Dios y del mismo hombre. Así tenemos que el primer dogma mariano “la Maternidad Divina”, es un dogma de carácter cristológico, ya que si Cristo es Dios y hombre, verdad establecida por el Concilio de Éfeso (431), conclusivamente María es madre de Dios (DS 251). Este dogma ilumina y responde a la pregunta: ¿Quién y qué es Jesucristo?: «Jesucristo es hijo de Dios e hijo de María, por lo tanto es verdadero Dios y verdadero hombre». El siguiente dogma mariano procede en parte de un pronunciamiento cristológico sobre su realidad divina y en parte de una formulación teológica de carácter eclesial. En el Concilio de Calcedonia (553) queda establecido claramente que Jesús es verdadero Hijo de Dios solo si María es virgen antes del parto (DS 422). El Concilio de Letrán (649) establece la virginidad en y después del parto, en función del papel modelar de María. La Iglesia es la virgen que concibe y da a luz virginalmente a los hijos de Dios (DS 503).

María sin pecado original

El dogma de la Inmaculada Concepción de María fue definido por Pío IX con la bulla Ineffabilis Deus en 1854 (DS 2803), significa que María desde el primer momento de su concepción fue preservada del pecado original y que durante toda su vida nunca cometió pecado. Este dogma es de carácter totalmente antropológico pues presenta la realidad del hombre antes del pecado. Es el hombre pensado por Dios desde todos los tiempos; ella es la nueva Eva, la Eva que es fiel, modelo de la humanidad, incluso antes del pecado. Nos presenta a María como la imagen o el modelo del hombre llamado desde toda la eternidad a vivir sin pecado y a hacer la voluntad de Dios. Finalmente, el dogma de la Asunción de María proclamado en 1950 por Pío XII, con la Constitución Dogmática: Munificentissimus Deus (DS 3902-3903), tiene un fuerte fundamento antropológico, pues, si el dogma de la Inmaculada nos presentaba el papel modelar de María como el hombre sin pecado, la Asunción presenta el destino final del hombre, que viviendo de acuerdo a la voluntad de Dios goza eternamente de la promesa de Cristo: “Yo lo resucitaré” (cf. Jn 6, 44.54), para vivir eternamente con él en el cielo.

María modelo de vida

Dentro del plan de salvación pensado por Dios para toda la humanidad, María surge como el modelo de un proyecto de vida perfecto convirtiéndose en el arquetipo de la vida del cristiano y de la Iglesia. Viendo a María el cristiano puede descubrir, lo que Dios puede hacer con quien se deja llenar de su gracia y le es fiel. María pues, no es un apéndice de la evangelización o del misterio cristiano, sino parte integrante de él, de manera que no podemos hablar de Jesús sin hablar de María, ni de María sin hablar de Jesús. Es como un gran cuadro pero pintado en un díptico (dos cuadros que forman una sola pintura), en el cual cada uno tiene su belleza propia pero al contemplarlos juntos adquieren la verdadera proporción que el autor ha querido darle a su obra. Es desde esta perspectiva que María aparece en el plano salvífico de Dios como parte integral de éste, como el modelo del discípulo, del hombre redimido, santificado, llamado a participar completamente de la misión y al final de ésta, de la gloria del Señor. Viendo el misterio de María en unión al de Cristo, emerge una espiritualidad en donde María no es solamente sentimiento, producto de una piedad melosa, sino participación activa en la vida del Reino. Surge como Madre, que protege a sus hijos contra la perversidad del maligno, del cual es enemiga y elemento fundamental de su destrucción, y como intercesora poderosa, consiga que a fin de que el tiempo de las gracias se acorte como en Cana.

María y la oración

Fuera del Magníficat, no tenemos muchos datos sobre cómo hacía oración María, sin embargo, esta oración, y los pocos datos que en este sentido nos trasluce la Escritura, son suficientes para darnos cuenta que María era una mujer que vivía en plenitud la sencillez de su fe, y que se relacionaba con Dios como lo hacían los judíos de su tiempo. Podemos decir que su oración era la de los sencillos, de los que saben ver a Dios en todo sin complicarse demasiado la vida. La oración en María se hace escucha atenta y reflexión serena de lo que Dios, por el Espíritu Santo, le comunica. Para María cualquier lugar es apto para alabar a Dios, para suplicar y para agradecer como lo demuestra con viveza el Magníficat, pues como dice el padre Esquerda, el Magníficat no es otra cosa que “ el éxtasis de su corazón”. Seguramente María habrá enseñado a orar a Jesús, como lo hacían las madres de su tiempo con los hijos y le habrá enseñado que Dios no es un “ él” sino un “ Tú” que se abre al infinito, al cual se puede uno dirigir con sencillez y confianza plena. El hombre que está tan acostumbrado a los métodos, a las recetas, a los consejos “mágicos” y automáticos, debe aprender de María que la oración es espontaneidad, donación, generosidad, apertura sincera; que no requiere posiciones, métodos ni lugares específicos. Que ante el Misterio se debe mantener una actitud de adoración, silencio afectivo, gozoso y admirativo, dentro de la oscuridad de la fe. Dirijamos, como iglesia, como cristianos discípulos de Jesús, nuestros ojos a María y descubriremos en ella una verdadera maestra de oración. Pongamos nuestras manos entre las de ella, y como niños pequeños con su madre digamos: mamá, enséñanos a orar.

Ave María

María, como Madre de los cristianos realiza un papel importante en la formación de sus hijos, por ello, es importante no sólo aprender de ella cómo orar sino también aprender a relacionarnos con ella, como nuestra madre y nuestra intercesora. Esta es la razón del por qué, a lo largo de los siglos el pueblo de Dios la venera y le súplica, haciéndola no sólo sujeto de la oración, sino objeto de ésta. Si queremos seguir su ejemplo, la oración a María, como madre de Dios, y madre nuestra, deberá ser la oración de los simples. La oración más simple y la que a la vez expresa nuestro amor y confianza en nuestra madre es el Avemaría, de la cual dice el Papa Paulo VI «es la oración evangélica centrada en el misterio de la Encarnación redentora» (MC 46). La Salutación Angélica es la oración de quien sabe que tiene una madre en el cielo, que por ser Madre de Dios, de la misma manera que lo hizo en Cana, lo puede hacer ahora, haciendo que el tiempo de la gracia se acorte.

El rezo del Avemaría nos vuelve a la frescura del anuncio mesiánico de la salvación. La oración a María ha de ser un diálogo amoroso con la receptora del anuncio de la salvación, una súplica confiada hacia aquella a la que todas las generaciones llamarán: “bendita”; con aquella para la que no existe un “no” de parte de su Hijo (cf. Jn 2, 3-5). Rezar con la Salutación Angélica de manera pausada hace que nuestro amor crezca hacia María Santísima y nuestra piedad se solidifique, dando paso a nuevas formas y manifestaciones de culto, ya que no sólo estamos saludando a la Madre de Dios, sino que de manera explícita y concreta hacemos el anuncio al mundo de la alegría mesiánica.