Consagración a Jesús

Pbro. Ernesto María Caro

Al bautizarnos dejamos atrás la vida vieja del demonio con una renuncia directa al demonio. Entonces hacemos un compromiso con Cristo y entramos en EL. Si nos bautizaron de pequeños, nuestros padres y padrinos respondieron por nosotros PERO, como adultos debemos apropiarnos de esos compromisos diciendo en forma personal:

Renuncio a Satanás, esto es:

- al pecado, como negación de Dios;
- al mal, como signo del pecado en el mundo;
- al error, como ofuscación de la verdad;
- al egoísmo, como falta de testimonio del amor.

Renuncio a sus obras, que son:

- envidias y odios;
- perezas e indiferencias;
- cobardías y complejos;
- tristezas y desconfianzas;
- materialismos y sensualidades;
- injusticias y favoritismos;
- faltas de fe, de esperanza y de caridad.

Renuncio a todas sus seducciones, especialmente a:

- creerme el mejor;
- verme superior a los demás;
- estar muy seguro de mi mismo;
- creer que ya estoy convertido del todo;
- quedarme en las cosas, medios, instituciones, métodos, reglamentos, y no ir a Dios.


Renuncio a creerme superiores a los demás, esto es a cualquier tipo de:

- abuso;
- discriminación;
- fariseísmo, hipocresía, cinismo;
- orgullo;
- egoísmo personal;
- desprecio.

También renuncio a inhibirme ante las injusticias y necesidades de las personas e instituciones por:

- cobardía;
- pereza;
- comodidad;
- ventajas personales.

Finalmente renuncio a los criterios y comportamientos materialistas que consideran:

- el dinero como aspiración suprema de la vida;
- el placer ante todo;
- el negocio como valor absoluto;
- el propio bien por encima del bien común.


Decimos ahora el Credo.

Al terminar:

Señor Jesús te acepto como Señor de mi vida y te entrego cuanto tengo y cuanto soy. No deseo nada más que a ti y me comprometo delante de ti a poner el máximo esfuerzo por vivir de acuerdo a tu evangelio y a ser un instrumento de tu amor para la redención del mundo

Ahora nos entregamos plenamente a Dios en Jesucristo por medio de María Santísima.

ACTO DE CONSAGRACIóN DE Sí MISMO
a Jesucristo, la Sabiduría encarnada por medio de MARíA

Arrodillados ante Dios, en voz alta, y con todo el corazón:

¡Oh Sabiduría eterna y encarnada! ¡Oh amable y adorable Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo único del Padre Eterno y de María, siempre Virgen! Te adoro profundamente en el seno y en los esplendores de tu Padre, durante la eternidad, y en el seno virginal de María, tu dignísima Madre, en el tiempo de tu Encarnación.

Te doy gracias porque te haz anonadado tomando la forma de un esclavo para sacarme de la cruel esclavitud del demonio. Te alabo y glorifico porque te haz sometido a María, tu Santa Madre, en todo, a fin de hacerme por Ella tu fiel Servidor. Pero ¡ay! Ingrato e infiel como soy, no he cumplido las promesas que tan solemnemente te hice en el bautismo; no he guardado mis deberes, no merezco ser llamado ni siquiera tu esclavo, y como nada hay en mí que no merezca tu reprobación y tu cólera, no me atrevo a aproximarme por mí mismo a tu Santísima y Augusta Majestad.

Por eso he recurrido a la intercesión de tu Santísima Madre, que tu mismo me haz dado como intercesora, y por este medio espero obtener de ti la contrición y el perdón de mis pecados, y así adquirir y conservar la Sabiduría.

Te saludo, pues, ¡oh María Inmaculada! Tabernáculo viviente de la Divinidad, en donde la Sabiduría eterna escondida quiere ser adorada por los ángeles y los hombres.

Te saludo, ¡oh Reina del cielo y de la tierra!, a cuyo imperio está sometido, todo lo que está debajo de Dios.

Te saludo, ¡oh refugio seguro de los pecado-res cuya misericordia no falta a nadie! Escucha los deseos que tengo de la divina Sabiduría, y recibe para ello los votos y las ofertas que mi bajeza te presenta:

Yo, N ...., pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en tus manos los votos de mi bautismo; renuncio para siempre a Satanás, a sus pompas y a sus obras, y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría encarnada, para llevar mi cruz tras él todos los días de mi vida.

Y a fin de que le sea más fiel de lo que he sido hasta ahora, te escojo hoy, ¡oh María!, en presencia de toda la corte celestial, por mi Madre y mi Señora. Te entrego y consagro en calidad de esclavo mi cuerpo y mi alma, mis bienes interiores y exteriores, y aun el valor de mis buenas acciones pasadas, presentes y futuras, otorgándote un entero y pleno derecho de disponer de mí y de todo lo que me pertenece, sin excepción, a tu agrado, para la mayor gloria de Dios, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

Poniendo la mano sobre el Evangelio:

ASI ME AYUDE DIOS Y ESTOS SANTOS EVANGELIO QUE CON MI MANO TOCO.

Es conveniente colocarse sea en el cuello que una de la manos alguna señal que recuerde continuamente esta consagración (puede ser una medalla, una cruz o simplemente una cadena que no sea de oro)