Primera Lectura

Romanos 8, 18-25

Hermanos: Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria que un día se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.

La creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad de aquel que la sometió, pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que también ella misma va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.

Sabemos, en efecto, que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Porque ya es nuestra la salvación, pero su plenitud es todavía objeto de esperanza. Esperar lo que ya se posee no es tener esperanza, porque, ¿cómo se puede esperar lo que ya se posee? En cambio, si esperamos algo que todavía no poseemos, tenemos que esperarlo con paciencia.

Meditatio

Nuestra vida es tan efímera que bien vale la pena poner la frase con la que inicia san Pablo este pasaje en el centro de nuestro corazón, de la misma manera que lo hizo un hospital en Los Ángeles, en donde a la entrada del mismo recuerda a todos los enfermos que nuestra esperanza no está en esta tierra, la cual, sometida al desorden, causa en nuestra vida enfermedad, dolor, angustias.

Sin embargo, todo lo que sufrimos, por muy difícil que nos parezca este sufrimiento, no se compara en nada a la "gloria que se ha de manifestar en nosotros". Recuerdo una frase de Carlos de Focauld que decía: "La vida en esta tierra es como una noche pasada en un mal hotel".

Es, pues, muy reconfortante recordar, sobre todo cuando nos encontramos en medio de una situación de dolor o de enfermedad, que la vida termina en los brazos amorosos del Padre. En esto se basa la esperanza cristiana, que en nuestro interior estamos seguros que al final de nuestros sufrimientos estará Jesús esperándonos para introducirnos en el cielo para vivir con él toda la eternidad.

Oratio

Señor, a veces siento que mis problemas son más grandes que los de los demás y que nadie ha sufrido lo que yo he sufrido, pero al contemplarte, clavado en la cruz, sé que mis penas jamás se acercarán a lo que tú padeciste por mí. Por eso, desde hoy me abandono en ti, porque sé que la recompensa es grande: contemplar tu rostro por toda la eternidad.

Actio

Cada problema, enfermedad o sufrimiento que se me presente, lo ofreceré al Señor y lo pondré como peldaño en mi camino hacia la gloria de Dios.




Evangelio

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Lucas 13, 18-21

En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en sus ramas".

Y dijo de nuevo: "¿Con qué podré comparar al Reino de Dios? Con la levadura que una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa".

Reflexión

Este pasaje nos llena de esperanza, pues nos instruye sobre una realidad muy importante del Reino, y es el hecho de que éste se realiza de manera, podríamos decir, oculta, pero que con el tiempo llega a ser "como un gran árbol".

A veces nos podría dar la impresión de que nada ha cambiado en nuestra vida o en nuestros ambientes; que todo nuestro trabajo apostólico y nuestro esfuerzo por instaurar "el Reino de Dios" ha sido en vano. Tantos años de evangelización y aún el pecado reina en tantos lugares, esto sería como para desanimar a cualquiera.

Sin embargo, si miramos atentamente, nos daremos cuenta que "la levadura" está haciendo su efecto y que la masa, aunque despacio, se va fermentando. Lo importante para que se fermente la masa es que tenga levadura; si la levadura está presente, tarde o temprano toda la masa terminará por fermentar.

De manera que no nos desanimemos; Dios nos pide ser "levadura", llevar a todos nuestros ambientes el "buen aroma del Evangelio"; de lo demás, él mismo se encargará a su debido tiempo. Si tu vida y tu testimonio son acordes con el Evangelio, tarde o temprano el Reino será una realidad visible como el árbol de mostaza.