Primera Lectura

Daniel 7, 9-10. 13-14

Yo, Daniel, tuve una visión nocturna:
Vi que colocaban unos tronos
y un anciano se sentó.
Su vestido era blanco como la nieve,
y sus cabellos, blancos como lana.
Su trono, llamas de fuego,
con ruedas encendidas.
Un río de fuego brotaba delante de él.
Miles y miles lo servían,
millones y millones estaban a sus órdenes.
Comenzó el juicio y se abrieron los libros.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna
y vi a alguien semejante a un hijo de hombre,
que venía entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano de muchos siglos
y fue introducido a su presencia.
Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino.
Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían.
Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno,
y su reino jamás será destruido.

Meditatio

La liturgia nos sugiere este hermoso trozo del AT, en el cual Daniel, profetiza lo que años después los apóstoles verán con sus propios ojos.

Quisiera que centráramos nuestra reflexión, no sólo en el contenido de la visión, que como sabemos, está referida a Cristo, sino en la manera cómo Dios se revela a nuestro corazón cuando oramos. Es difícil aceptar que hoy en día tengamos tan pocos "místicos", es decir, hombres y mujeres de oración profunda, hombres y mujeres que son capaces de entrar en una relación íntima y personal con Dios. Nuestro mundo, lleno de actividades y de ruido, nos ha ido apartando de esta oración.

Para muchos, orar significa rezar unas cuantas oraciones mientras se va a toda prisa al trabajo, mientras se hace fila en una dependencia pública; finalmente, decir, medio dormido, algunas jaculatorias antes de acostarnos. Se nos olvida que para orar, para poder llegar a tener una relación íntima con Dios, necesitamos tiempo. Necesitamos dedicar un tiempo sólo para Dios. Un tiempo en el que, en compañía de nuestra Biblia, con los ojos cerrados, podamos centrar nuestra atención en Dios.

No dejes que tus actividades te atropellen, date tiempo para orar, dale tiempo a Dios.

Oratio

Señor, reconozco que, en muchas ocasiones, el único momento que dedico a la oración son estas líneas que leo y que, desafortunadamente también, no las leo todos los días. Si tú me das veinticuatro horas cada día, cómo no devolverte al menos una cada mañana.

Actio

Hoy iniciaré un camino de oración en el que, cada día, vaya incrementando el tiempo de oración, hasta que un día pueda llegar a decir: Señor, ¡qué bien estamos aquí!


Com-Conf 001 Liturgia Medio


Evangelio

Mateo 17 1-9

En aquel tiempo Jesús tomó consigo a Pedro a Santiago y a Juan el hermano de éste y los hizo subir a solas con él a un monte elevado. Ahí se transfiguró en su presencia: su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la nieve. De pronto aparecieron ante ellos Moisés y Elías conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: "Señor ¡qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres haremos aquí tres chozas una para ti otra para Moisés y otra para Elías".

Cuando aún estaba hablando una nube luminosa los cubrió y de ella salió una voz que decía: "Este es mi Hijo muy amado en quien tengo puestas mis complacencias escúchenlo". Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de un gran temor. Jesús se acercó a ellos los tocó y les dijo: "Levántense y no teman". Alzando entonces los ojos ya no vieron a nadie más que a Jesús.

Mientras bajaban del monte Jesús les ordenó: "No le cuenten a nadie lo que han visto hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos".

Reflexión