Primera Lectura

Jeremías 2, 1-3. 7-8. 12-13

En aquel tiempo, me habló el Señor y me dijo:
"Ve y grita a los oídos de Jerusalén:
'Esto dice el Señor:
Aún recuerdo el cariño de tu juventud
y tu amor de novia para conmigo,
cuando me seguías por el desierto,
por una tierra sin cultivo.

Israel estaba consagrado al Señor
como primicia de su cosecha;
quien se atrevía a comer de ella, cometía un delito
y la desgracia caía sobre él.

Yo los traje a ustedes a una tierra de jardines
para que comieran de sus excelentes frutos.
Pero llegaron y profanaron mi tierra,
convirtieron mi heredad en algo abominable.

Los sacerdotes ya no hablan de Dios
y los doctores de la Ley no me conocen;
los pastores han profetizado en nombre de Baal
y adoran a los ídolos.

Espántense, cielos, de ello,
horrorícense y pásmense,
palabra del Señor,
porque dos maldades ha cometido mi pueblo:
me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas,
y se hicieron cisternas agrietadas
que no retienen el agua' ".

Meditatio

Este pasaje de Jeremías, con el cual inicia su vida profética, nos llama a recordar, también a nosotros, los primeros momentos de nuestra conversión. Esto es un ejercicio que debemos hacer con mucha frecuencia, pues en el mundo en el que vivimos, en el cual vamos en contra de la corriente, es fácil que se retroceda, incluso como lo denuncia el profeta, que podamos regresar a la etapa de nuestra vida pagana, lo cual sería sumamente peligroso para nuestra vida espiritual.

El mismo Apocalipsis le recuerda a la Iglesia que no basta con decir: Creo en Dios, voy a misa, "cumplo", sino que nuestra vida moral debe ser congruente con nuestra fe, como deja de manifiesto también el Papa Juan Pablo II en su encíclica "Veritatis Splendor"; el apóstol san Juan nos invita a ver desde dónde hemos caído, a darnos cuenta de que posiblemente el mundo nos ha arrastrado y, pudiera ser que, a pesar de haber conocido en algún momento la ternura y el amor de Dios, nos hayamos vuelto a contaminar y ahora nuestras palabras, nuestros pensamientos y nuestras obras ya no sean propiamente cristianas.

El apóstol san Pablo habla duramente contra los Gálatas los cuales, "habiendo comenzado con en el Espíritu terminaron en la carne". Tengamos cuidado de no caer en ello. Escuchemos continuamente la voz de los profetas.

Oratio

En efecto, Señor, tú siempre me has conducido por verdes praderas y cañadas de agua clara, has apacentado mi alma en el momento de la angustia y siempre te has mostrado vencedor, tierno y misericordioso para conmigo. Te pido tu favor y ayuda para que esto siga de esta manera, que mi cariño y amor, como el de la novia, vaya cada día en aumento hasta que te pueda ver cara a cara.

Actio

Hoy diré constantemente al Señor palabras de cariño y amor de mí hacia él.


EBH25-Emotivo


Evangelio

Escúchalo aquí

 

Mateo 12, 46-50

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: "Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo".

Pero él respondió al que se lo decía: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?" Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: "Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre".

Reflexión

Este pasaje (y sus paralelos en Lucas y Marcos) es conocido como "la verdadera familia de Jesús".

Algunas interpretaciones equivocadas buscan ver en este pasaje un rechazo de Jesús hacia María y hacia su familia. La verdad es que Jesús aprovecha la visita de su Madre y de sus parientes (en otra oportunidad hablaremos de la palabra hermanos en la Biblia) para instruir a sus discípulos: la verdadera familia de Jesús no es únicamente la que lo une por los lazos de sangre, pues éstos se rompen con la muerte e incluso puede haber algunos que, aún teniendo la misma sangre, decidan no seguir la voluntad del Padre.

La verdadera familia es la que vive conforme al Evangelio, es la que ha sido adoptada por el Padre como hijos por medio del Espíritu Santo. Él, como Hijo del Padre, ve que sus hermanos deben de ser también hijos de Dios. Esto de ninguna manera es un desprecio ni para sus parientes y mucho menos para su madre, la cual, si por algo se distinguió en la vida, fue por hacer la voluntad de Dios.

De acuerdo a esto, nuestro parentesco con Jesús se refuerza en la medida en que nos aplicamos en hacer la voluntad del Padre, que no es otra que, la de vivir conforme al Evangelio. Recordemos que en otro pasaje ya nos había dicho: "No todo el que me dice: Señor, Señor se salvará, sino el que hace la voluntad del Padre". Apliquemos, pues, hoy todo nuestro día en vivir de acuerdo al Evangelio.