Primera Lectura

Job 19, 21-27

Job tomó la palabra y dijo:
"Tengan compasión de mí,
amigos míos, tengan compasión de mí,
pues me ha herido la mano del Señor.
¿Por qué se ensañan contra mí, como lo hace Dios,
y no se cansan de escarnecerme?

Ojalá que mis palabras se escribieran;
ojalá que se grabaran en láminas de bronce
o con punzón de hierro se esculpieran
en la roca para siempre.

Yo sé bien que mi defensor está vivo
y que al final se levantará a favor del humillado;
de nuevo me revestiré de mi piel
y con mi carne veré a mi Dios;
yo mismo lo veré y no otro,
mis propios ojos lo contemplarán.
Esta es la firme esperanza que tengo".

Meditatio

La esperanza de Job no es otra que la que nosotros los cristianos tenemos: "Llegará un día en que con nuestros propios ojos veremos a Dios". Jesús nos lo ha dicho así: "donde yo esté, estará también mi servidor". La vida en este mundo no es fácil, no lo ha sido y no lo será jamás, pues está dañada por la malicia del pecado, por la enfermedad y por el dolor.

La enseñanza de Job nos recuerda que nuestra vida en esta tierra es pasajera, que como dice el salmo: "somos como la hierba que en la mañana se siembra y por la noche se seca", que la plenitud de la vida la viviremos en la eternidad con Dios. Es una invitación a abrirse a la esperanza y a decir como san Pablo: "Tengo por cierto que los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación de la gloria que Dios tiene preparada para aquellos que le aman".

En medio de tus problemas y tribulaciones, en medio de tus días pesados y de la enfermedad, sé valiente, espera en Dios, su amor se hará presente, y al final, cuando tu misión haya acabado: Lo verás con tus propios ojos.

Oratio

¡Yo sé que tú vives, Señor! Sé que al final tú te levantarás en favor de la justicia haciendo gala de tu misericordia; estoy confiado en tu bondad y aunque me agobien las tribulaciones diarias yo sé que cada día me levantarás nuevamente para acercarme más a tí.

Actio

Hoy seré consciente de que Dios está vivo, aquí, ahora, para mí y para el mundo entero. Pondré atención y lo descubriré en mis actividades diarias, observaré cómo se me revela en cada persona con la que interactúo; al descubrirlo le demostraré que lo amo.




Evangelio

Escúchalo aquí

 

Lucas 10, 1-12

En aquel tiempo, designó el Señor a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: "La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa, digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’.

Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad".

Reflexión

Cuando levantamos los ojos y vemos un mundo consumido por el egoísmo, un mundo que se destruye a sí mismo con guerras, injusticia y vicios, en fin, cuando vemos que aún el mensaje del Evangelio no penetra nuestros corazones ni las estructuras del mundo, podemos comprender que efectivamente la mies es mucha y los obreros pocos.

Y no es que el Señor haya desatendido la oración de la Iglesia, sino más bien, que pocos son los que han respondido a la invitación. No pensemos solamente en las vocaciones religiosas (sacerdotes y religiosas), pensemos en que cada uno de nosotros, por el bautismo, nos hemos convertido en discípulos del Señor, en hombres y mujeres comprometidos a testificar nuestra fe. Si cada uno de los bautizados tomara en serio su papel, en la Iglesia se multiplicarían las manos, y el trabajo sería mucho más fácil. Se podría llegar a donde hasta ahora el Evangelio no ha llegado.

Jesús llama a cada uno de nosotros, seamos casados, solteros o religiosos consagrados, a participar activamente en la evangelización. Tomemos con celo este llamado y desde nuestra vocación particular hagamos cuanto esté de nuestra parte para que el Evangelio impregne todas las estructuras de nuestra sociedad, para que Cristo sea verdaderamente el Señor de todos los corazones. Tú puedes hacer algo. ¡Decídete!