Primera Lectura

1 Tesalonicenses 1, 1-5. 8-10

Pablo, Silvano y Timoteo deseamos la gracia y la paz a la comunidad cristiana de los tesalonicenses, congregada por Dios Padre y por Jesucristo, el Señor.

En todo momento damos gracias a Dios por ustedes y los tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar las obras que manifiestan la fe de ustedes, los trabajos fatigosos que ha emprendido su amor y la perseverancia que les da su esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.

Nunca perdemos de vista, hermanos muy amados de Dios, que él es quien los ha elegido. En efecto, nuestra predicación del Evangelio entre ustedes no se llevó a cabo sólo con palabras, sino también con la fuerza del Espíritu Santo, que produjo en ustedes abundantes frutos. Bien saben cómo hemos actuado entre ustedes para su propio bien.

Su fe en Dios ha llegado a ser conocida, no sólo en Macedonia y Acaya, sino en todas partes: de tal manera, que nosotros ya no teníamos que decir nada. Porque ellos mismos cuentan de qué manera tan favorable nos acogieron ustedes y cómo, abandonando los ídolos, se convirtieron al Dios vivo y verdadero para servirlo, esperando que venga desde el cielo su Hijo, Jesús, a quien él resucitó de entre los muertos, y es quien nos libra del castigo venidero.

Meditatio

Una de las constantes que saltan a la vista en las cartas de Pablo, es recordar las maravillas que Dios ha realizado en los miembros de la comunidad a la que dirige el apóstol su carta.

Para hacer énfasis les recuerda que toda comunidad es congregada por Dios Padre por medio de su Hijo Jesucristo. Ya lo había dicho una vez el evangelista, cuando comentaba que Jesús llamó a los que él quiso; por otra parte, nos recuerda Jesús que ha sido él quien nos ha elegido y no nosotros quienes le hemos elegido a él.

Por lo tanto, toda bendición, nos dice Pablo, es iniciativa divina; Dios nos llama a la comunidad de salvación por medio de su Hijo, quien nos congrega en la unidad por medio de su Palabra y por medio de su Espíritu Santo. Sin embargo, no olvida san Pablo que el llamado, cuando es respondido dócilmente, produce frutos abundantes.

Cierto que se requiere un trabajo arduo e intenso, pero es Dios quien hace crecer la semilla de sus dones, tanto de la fe, como de la esperanza y, con mayor razón, de la caridad.
La salvación es algo que nace de la iniciativa del Padre y se concreta en el actuar salvífico de su Hijo, pero todos estos dones se celebran en comunidad. La iglesia (compuesta de comunidades concretas o locales) es congregada por el Padre para dar gracias a Dios por todo bien y don concedido.

Nunca olvidemos ser agradecidos con Dios por todos sus bienes, ni temamos congregarnos para elevar junto a nuestros hermanos la acción de gracias por excelencia en la que nos unimos por la fuerza del Espíritu Santo a la oblación de Jesús: la eucaristía. En ella, todo don es agradecido por la comunidad de redimidos.

Oratio

Padre lleno de amor, de quien procede todo don, te doy gracias por todas las cosas buenas que me has dado a lo largo de mi vida. Gracias por llamarme a la existencia, gracias por todos aquellos que me aman y por darme gente para amar; gracias por la salud, gracias por llamarme a la comunidad de redimidos.
Te pido que nunca dejes de darnos a tu Santo Espíritu para que vuelva nuestros corazones a ti y para que, todos aquellos que no te conocen y no saben de tu amor dulce y tierno, puedan descubrirte por medio nuestro. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Actio

Anotaré aquellas cosas por las que quiero dar gracias a Dios y las usaré en mi oración del día.




Evangelio

Escúchalo aquí

 

Mateo 23, 13-22

En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les cierran a los hombres el Reino de los cielos! Ni entran ustedes ni dejan pasar a los que quieren entrar.

¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que recorren mar y tierra para ganar un adepto, y cuando lo consiguen, lo hacen todavía más digno de condenación que ustedes mismos!

¡Ay de ustedes, guías ciegos, que enseñan que jurar por el templo no obliga, pero que jurar por el oro del templo, sí obliga! ¡Insensatos y ciegos! ¿Qué es más importante, el oro o el templo, que santifica al oro? También enseñan ustedes que jurar por el altar no obliga. ¡Ciegos! ¿Qué es más importante, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Quien jura, pues, por el altar, jura por él y por todo lo que está sobre él. Quien jura por el templo, jura por él y por aquel que lo habita. Y quien jura por el cielo, jura por el trono de Dios y por aquel que está sentado en él".

Reflexión

El evangelio de hoy nos presenta una reprimenda dura para aquellos que llevan una fe fingida (fariseos y escribas). Tratan de aparentar ante los demás saber la ley y la anuncian, pero para vivirla, le hacen sus propias "acomodaciones".

Preguntémonos hoy si nosotros, en algunos momentos, no buscamos acomodar el Evangelio a nuestra "propia conveniencia" a fin de llevar una vida más cómoda.