Primera Lectura

Hebreos 7, 1-3. 15-17

Hermanos: Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios altísimo, salió al encuentro de Abraham, cuando éste volvía de derrotar a los reyes, y lo bendijo. Abraham le dio entonces la décima parte de todo el botín.

El nombre de Melquisedec, significa rey de justicia y el título rey de Salem, significa rey de paz. No se mencionan ni su padre ni su madre, y aparece sin antepasados. Tampoco se encuentra el principio ni el fin de su vida. Es la figura del Hijo de Dios, y como él, permanece sacerdote para siempre.

En efecto, como Melquisedec, Jesucristo ha sido constituido sacerdote, en virtud de su propia vida indestructible y no por la ley, que señalaba que los sacerdotes fueran de la tribu de Leví. La palabra misma de Dios lo atestigua, cuando dice: Tú eres sacerdote para siempre, como Melquisedec.

Meditatio

Jesucristo, en esta figura del AT nos ilustra nuestro ser sacerdotal, el cual no nos viene por pertenecer a una orden (o a una tribu como en este caso) sino por la gracia conferida en el bautismo. En este texto nos muestra cómo, en fuerza a su bautismo, una de las acciones sacerdotales del cristiano consiste en establecer la paz.

Por ello, nuestra acción sacerdotal, a diferencia de las acciones sacerdotales del sacerdote "ministerial", es ser constructores de la paz, principalmente en nuestras familias y comunidades. Decimos que es una acción sacerdotal porque para poderla construir es necesario sacrificar algo.

El sacrificio que se necesita para llegar a establecer una paz verdadera y duradera es el sacrificio de nuestro egoísmo, de nuestro "YO". Es necesario morir a nosotros mismos y a nuestros gustos y placeres para que nuestra acción sacerdotal sea eficaz y traiga paz y alegría a nuestro mundo. Ejerce tu sacerdocio bautismal y conviértete en un auténtico constructor de la paz.

Oratio

Señor, hoy me uno a las palabras de tu siervo Francisco de Asís, a propósito de ser artífice de paz:

Señor, hazme un instrumento de tu paz;
donde haya odio, ponga yo amor,
donde haya ofensa, ponga yo perdón,
donde haya discordia, ponga yo armonía,
donde haya error, ponga yo verdad,
donde haya duda, ponga yo la fe,
donde haya desesperación, ponga yo esperanza,
donde haya tinieblas, ponga yo la luz,
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
Oh, Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar,
en ser comprendido, como en comprender,
en ser amado, como en amar;
porque dando se recibe, olvidando se encuentra,
perdonando se es perdonado,
muriendo se resucita a la vida .
Amén.

Actio

Hoy me acercaré de algún modo sencillo y con humildad a aquellas personas con las que por algún motivo no tengo una relación de paz y empezaré a dar pasos para conseguirla.




Evangelio

Escúchalo aquí

 

Marcos 3, 1-6

En aquel tiempo, Jesús entró en la sinagoga, donde había un hombre que tenía tullida una mano. Los fariseos estaban espiando a Jesús para ver si curaba en sábado y poderlo acusar. Jesús le dijo al tullido: "Levántate y ponte allí en medio".

Después les preguntó: "¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado, el bien o el mal? ¿Se le puede salvar la vida a un hombre en sábado o hay que dejarlo morir?" Ellos se quedaron callados. Entonces, mirándolos con ira y con tristeza, porque no querían entender, le dijo al hombre: "Extiende tu mano". La extendió, y su mano quedó sana.

Entonces se fueron los fariseos y comenzaron a hacer planes con los del partido de Herodes para matar a Jesús.

Reflexión

Si hay algo destructivo en este mundo y en nuestra vida, es la envidia. Y es que la envidia es capaz de cegar totalmente el corazón del hombre, llevándolo a cometer las más nefastas acciones. En el Génesis hemos visto que, por envidia, Caín mató a Abel.

La envidia de los fariseos será en gran parte la causa de la muerte de Jesús. Era tanta la dureza de su corazón, que el mismo Jesús se entristeció. No permitamos que la envidia se adueñe de nuestro corazón. Dios nos ha dado a cada uno, diferentes dones y carismas. Nuestro deber como cristianos es, no sólo respetarlos, sino buscar la manera de que éstos se desarrollen plenamente.

La envidia destruye, en cambio, la generosidad y la humildad construyen. Si vemos a alguno de nuestros hermanos triunfar, alegrémonos con él y ayudémosle a seguir adelante.